Fernando Rodríguez Prieto es notario, árbitro y mediador. Patrono y miembro de la Comisión Ejecutiva de la Fundación Signum. Vocal de la Junta del Colegio Notarial de Madrid. Patrono Fundador y Notario de la Fundación Hay Derecho.
Los tractores y los agricultores
España, principios de los años 50 del pasado siglo. En aquel país aislado y empobrecido un empresario con iniciativa se alía con una empresa americana fabricante de tractores con la arriesgada idea de comenzar a venderlos allí. En una localidad histórica, cabeza de una extensa región agrícola de la España interior.
A pesar de ser una persona conocida y apreciada en la región, durante bastantes semanas no tiene ningún éxito. Su establecimiento languidece sin que los labriegos se acerquen siquiera. Trata de explicarles cómo esos vehículos han transformado la agricultura en los países más desarrollados. Pero las respuestas siempre son parecidas. Los paisanos no se fían. Casi les molesta que de fuera vengan a decirles cómo tienen que hacer las cosas y cómo pueden mejorar su trabajo ¡Como si no supieran ellos cómo hacer las cosas! ¡Como si ellos ignoraran lo que funciona y lo que no! En realidad tienen miedo de no saber usar bien esos vehículos tan grandes, de sus posibles averías, de no poder pagar la gasolina y el mantenimiento. Miedo de lo nuevo, de lo desconocido. Por eso dicen estar contentos con sus arados tradicionales arrastrados por mulos, «lo que funciona aquí». Aseguran que de eso sí se fían, que conocen bien su uso y les sacan buen provecho. Que no necesitan «los tractores esos».
Nuestro empresario sabe que si comprueban el funcionamiento y la utilidad de los tractores los recelos y prejuicios de los agricultores desaparecerán. Y para ello les ofrece probar gratis el tractor en sus tierras. Pero desestiman la oferta. Ni a eso están dispuestos. Temen que sea perder tiempo, que suponga tal vez un compromiso. Temen… ni ellos saben bien qué. Pero lo temen.
Los proveedores de aperos tradicionales desarrollan, además, su contra campaña en apoyo de la suspicacia de los paisanos. Cuentan que los tractores extranjeros son peligrosos e inútiles en los recios terrenos de la zona. Que son caros. Que a menudo se estropean. Que saben de un payes catalán que se compró uno y se arrepintió …
Un buen amigo suyo, preocupado, recomienda a nuestro emprendedor que desista cuanto antes, que no arriesgue más en su loca iniciativa. Le dice que él conoce bien a sus paisanos y sabe que están muy apegados a sus costumbres de siglos. Que no van a cambiar su forma de trabajar. Que si alguna vez incorporan las máquinas lo harán muy lentamente y que es una cuestión de generaciones. Que él no lo verá.
Sin embargo nuestro amigo no renuncia, y sigue buscando la fórmula. Observa que muchos agricultores al acabar su trabajo se van a tomar un vino a uno de los muchos bares de la Plaza Mayor. En esa plaza se están haciendo unas obras de ampliación que exigen desmontar un terraplén y mover para ello una buena cantidad de tierra y piedras. Empleados del ayuntamiento se afanan desde hace semanas en esa obra con sus picos, palas, poleas, carros y carretillas. Y los labradores se entretienen comentando la evolución los trabajos.
Nuestro amigo tiene una idea. Le ofrece al alcalde hacer esa obra gratis con las únicas condiciones de emplear para ello sus tractores y de trabajar sólo al atardecer, a la hora del vino. Y el alcalde, por supuesto, acepta encantado. Los labriegos pueden entonces ver por fin a sus tractores funcionando. Con qué facilidad levantan y mueven tierras y piedras. Cómo se consigue en pocas horas lo que antes necesitaba semanas.
A la semana siguiente algunos agricultores empiezan a visitar su establecimiento. La revolución en el campo español había comenzado.
Las empresas y la mediación y otros instrumentos colaborativos de resolución de conflictos
En estos días algunas instituciones se esfuerzan en explicar a las empresas estas nuevas herramientas, útiles para afrontar de forma más eficiente y satisfactoria los inevitables conflictos que afectan a la empresa, tanto en su ámbito interno como en el externo. Concretamente pensamos en una, implicada en un proyecto de difusión y en ofrecer para ello servicios de calidad. Sus representantes cuentan en diversos foros sus ventajas, y cómo esas herramientas han revolucionado la materia en otros países.
Sin embargo de nuevo se encuentran con un muro de escepticismo en las empresas. Con esas conocidas respuestas de «yo ya sé negociar», «yo también evito los tribunales siempre que puedo y cuando acudo a ellos es que no hay otra salida posible», «eso puede que funcione fuera, pero nunca va a funcionar en España». Incluso se niegan a probar sin coste estos nuevos medios. Bajo su aparente desprecio a veces hay miedo. Miedo a lo desconocido.
Bastantes de sus abogados internos y externos, apegados a lo tradicional, donde se sienten cómodos, y temerosos a su vez de tener que cambiar y adaptarse, también contribuyen muchas veces a azuzar la desconfianza de los directivos. Que eso no puede funcionar aquí, que no tenemos cultura, que los españoles sólo nos fiamos de los jueces…
¿Conoce alguien alguna «obra» interesante en una «Plaza Mayor» que pueda servir de escaparate?
Fernando Rodríguez Prieto