Susana Bernal habla sobre la violencia de hijos a padres destacando que los comportamientos agresivos de los adolescentes se constituyen normalmente en agresiones físicas, o el uso de palabras y gestos inadecuados para dirigirse a los padres o a los adultos que ocupan su lugar
De todos es conocido que en los últimos años ha comenzado a ponerse en evidencia una problemática que, para la población general, resulta alarmante. Hablamos de la violencia de hijos a padres. Para todos aquellos que nos encontramos alejados de esta problemática, comprobamos que el que un hijo o una hija agreda a alguno de sus progenitores es algo que desde un punto de vista social, moral e incluso personal se aleja de lo que concebimos que podría a llegar a pasar dentro de nuestras familias.
Sin embargo, es importante analizar los datos existentes para poder comprender que el fenómeno no es sólo más amplio de lo que a priori podemos valorar, sino que además se encuentra en expansión y que, siendo fieles a su denominación, podría estar sucediendo de muchos más casos de los detectados o señalados públicamente.
Los datos de la Memoria de la Fiscalía General del Estado recogen el número de expedientes abiertos a menores y jóvenes. En el caso de la violencia filio-parental, los expedientes abiertos han aumentado año tras año desde 2013. Desde 2013 hasta 2015, los expedientes abiertos a jóvenes por cualquier tipo de delito han disminuido un 10,02% (29428 a 26425), mientras que los casos de violencia filio-parental han aumentado un 5,13% en el mismo periodo (4659 a 4898).
“Sólo se denuncia cuando la agresividad llega a niveles insostenibles”
Con datos más recientes, la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2018 señala que los expedientes abiertos a menores y jóvenes por delitos de violencia filio-parental aumentaron un 7% durante el año 2017, situándose en 4.665 los expedientes abiertos a menores por este tipo de delito, frente a los 4.335 registrados durante 2016.
Sin embargo, esto es sólo la punta del iceberg dado que sólo se denuncian los casos en los que la agresividad, principalmente física, ha llegado a niveles insostenibles, por lo que apenas el 10% o 15% (Andrés, Gallego, guerrero y Ridaura, 2017) de las situaciones de violencia de hijos a padres acaban en denuncia, entendiendo que otro casi 90% se gestiona de forma silenciosa en el hogar y con la subsiguiente frustración, tanto por parte de hijos e hijas como de padres y madres ante la indefensión y la cronicidad de estas situaciones.
Comportamientos agresivos
Además, es importante destacar que los comportamientos agresivos de los y las adolescentes que conforman la violencia de hijos a padres se constituyen normalmente en agresiones físicas, daño a personas u objetos, burlas de los demás, ofensas, amenazas o el uso de palabras y gestos inadecuados para dirigirse a los padres o a los adultos que ocupan su lugar.
El proceso habitual que siguen estas conductas es el de ir aumentando de intensidad, comenzando por insultos y descalificaciones, después pasando por amenazas y rotura de objetos, finalizando con agresiones físicas cada vez más graves.
Sin embargo, y aunque la muestra externa y visible de esta problemática sea la violencia de los hijos o las hijas, si se valora correctamente cada uno de los casos se observará que el maltrato no es más que la punta del iceberg de un problema que se estaba gestando años atrás.
Así, es una patología del amor en la que una familia, el hijo o la hija, expresan su malestar a través de la violencia verbal, material y física y psicológica hacia sus padres o madres o las personas encargadas de su cuidado y que, con el tiempo, acaban convirtiendo estas conductas en instrumentales, haciéndose con el poder y el control en el ámbito doméstico (Pereira, Coord., 2011).
“La intervención educativa y psicológica es uno de los pilares fundamentales”
De este modo, en los procesos de maltrato familiar ascendente se producen dinámicas relacionales bidireccionales en las que tanto padres y madres como menores presentan cierta responsabilidad (aunque aparezca como culpable central el o la menor) y en la que ambas partes han de trabajar conjuntamente para modificarlas y para lograr que todos queden parcialmente resarcidos tras los conflictos sucedidos y los sufrimientos vividos.
La intervención educativa y psicológica es uno de los pilares fundamentales para que las dinámicas conflictivas cesen o reduzcan su intensidad, siendo un proceso de todos ellos (familia y menor) de forma individual y como unidad relacional.
De otro lado, para entender e intervenir sobre el problema de maltrato, no es suficiente, aunque sí necesario, fijarse sólo en el síntoma (la violencia), hay que buscar más allá, profundizar, llegar a la raíz del problema y modificar lo que se encuentra en el núcleo, ya que, si sólo modificamos los comportamientos agresivos del o dela menor, no se conseguirá un cambio de conducta perdurable en el tiempo, puesto que el sistema relacional de su entorno no se ha modificado.
La raíz del problema en la violencia de hijos a padres
Aquello que está en la raíz del problema son los estilos educativos, maltrato, drogas, violencia género, estructura familiar (alianzas y coaliciones) subsistemas (conyugal, parental, filial, fraternal), clases de límites (rígidos, difusos, claros), reglas familiares (reglas reconocidas, reglas implícitas, reglas secretas), mito familiar (las creencias de cada familia). Estos son los mantenedores del Problema.
El tratamiento de la familia aporta una nueva perspectiva: relaciona el comportamiento disfuncional con la red de interacciones producidas en el seno familiar. Este abordaje terapéutico de la familia en su totalidad supone un paso más en la evolución de situaciones problema que no mejoran con tratamientos centrados en la conducta individual del sujeto problema.
Para llegar a una solución no se trata de buscar culpables, sino de lograr que todas las personas implicadas se responsabilicen de la situación y actúen en consecuencia. Es importante que cada uno de los miembros de la familia involucrados en el problema asuma que han de iniciar un proceso largo y difícil, pero satisfactorio, en el que solo la suma de los cambios de las partes conseguirá el cambio final y la mejora de la convivencia.
Sólo si todos son capaces de comprender los cambios que han de realizar en sí mismos y en relación a los otros miembros de la familia, conseguirán restaurar los vínculos dañados y conformarse nuevamente en una familia capaz de seguir solventando los cambios, las crisis y los problemas futuros.
Susana Bernal
Licenciada en psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Coordinadora y profesora de Experto en Violencia Filio-parental. Experto en mediación, asuntos civiles y mercantiles. Máster en Servicios Socio-Comunitarios. Actualmente, es Terapeuta en el Programa de Maltrato Intrafamiliar en Grupo de Convivencia. Intervención con padres para la mejora de la convivencia; Mediación e Intervención Familiar; Conducción de la Escuela de Padres.