Para reflexión la mía, cuando me dispuse a escribir y analizar la información recibida. Ya que intentando dar la mejor forma posible a un asunto de un divorcio que me llega al despacho, repaso las versiones que me dan las dos partes para, resolver la cuestión de la pensión de alimentos y la guardia y custodia de una hija común de 6 años.
La primera llamada fue en tono alarmante, intentando denunciar la apropiación indebida del 50% del saldo bancario común. En tono preocupado y decepcionado de uno de los progenitores, que utilizando las expresiones más hirientes hacia el otro, le describía como un “ladrón”.
Se produce la primera toma de contacto con el cliente, quien no se plantea otra cosa que “destruir” al contrario.En esta delicada fase, en la que es difícil meter baza, y poder hablar con algo de cordura, y mientras el cliente echaba fuego por la boca, comencé a analizar las posibilidades y forma de darle la vuelta al enfoque que María estaba dando al conflicto, y poder derivarlo a mediación. El reto era complicado, pero lo tenía que intentar.
Creo que fueron dos horas de conversación telefónica, duras, con llantos, reproches hacia Juan, y en las que no recuerdo exactamente cuántos “sapos y culebras”, pudieron salir de aquella garganta.
Me tomé mi tiempo, me armé de paciencia, y me dispuse a escuchar en silencio y con respeto. Finalmente, cuando María se terminó de desahogar, hablé solo yo, me interesé por la niña (Eva), sus gustos y actividades, por las profesiones actuales de los padres, y al observar el modo de expresarse, deduje que era mi obligación intentar resolver este batiburrillo, por las buenas. Que por algún lado habría alguna grieta, por la que podía entrar la luz, y yo debía descubrirla.
También contacté con Juan por teléfono, y tras una larga conversación, tuve sensaciones parecidas.
Propuse reunirnos en mi despacho, con la condición de que acudieran los dos, algo que no fue fácil. Me llevé una gran sorpresa al recibir la respuesta afirmativa, y fijamos cita. Llegaron con unas líneas trazadas para elaborar un Convenio Regulador, que observé que contenían condiciones leoninas para alguna de las partes.Quise conocer quien lo había redactado, y parecía que había una de las partes que presionaba a la otra para firmar lo que fuera, porque el tiempo apremiaba, ya que uno de los dos (Juan) en breve sería destinado a otro país de forma temporal, por su empresa, y pretendían dejado todo atado y bien atado.
En una intensa semana, tuvimos tres reuniones, no recuerdo cuantas llamadas telefónicas, e innumerables correos electrónicos. Siempre acompañados por un abogado, prestándoles el necesario asesoramiento jurídico en algunas materias sobre la menor y otros aspectos.Transmitían tanta tensión, que resultaba complicado deducir cuáles eran sus verdaderas posiciones e intereses. Propuse empezar de cero, sin la presión del tiempo.
Este fue el punto de inflexión, en el que fueron conscientes de que su locura no les permitía ver con claridad, y que aquellas decisiones que tomaran bajo la influencia de tanto estrés, no podían ser medidas responsables ni duraderas, y por consiguiente de difícil cumplimiento por ambos.Charlamos tranquilamente de Eva, de sus ocurrencias y de su personalidad, me enseñaron fotografías que tenían en los móviles, y lograron distanciarse por un momento de los odios y las revanchas.Fueron conscientes de que en dos meses, el padre ya estaría de nuevo de vuelta, y que durante ese tiempo, podrían reflexionar con la cautela necesaria sobre el futuro de su hija.
Durante toda la semana que duró la mediación, aprendieron una nueva forma de relacionarse en pro del equilibrio y bienestar de la menor. Descubrieron que no se trataba obligatoriamente de “mantener su relación”, sino de aprender una nueva forma de relacionarse para hacer feliz a su hija. Una nueva forma de relación, en la que ya no se discutía ni analizaba su pasado en común, sino su futuro. Esta profunda reflexión les llevó a ser conscientes de que a partir de ese momento tenían la obligación de pensar solo en Eva. Establecimos unas medidas provisionales para cubrir las necesidades de la menor, durante el viaje del padre, con lo que llevamos a éxito la mediación con unos acuerdos parciales y necesarios, durante un tiempo determinado.
También se comprometieron a que a la vuelta del viaje de Juan, elaborarían un Convenio Regulador completo, por la vía de la Mediación.
Como mediadora me sentí tremendamente satisfecha, ya que a pesar de no haber logrado acuerdos totales y definitivos para su divorcio, tuvieron la oportunidad de replantearse, fuera de los odios y rencores que pudiera haber entre la pareja, que después de su ruptura quedaba una hija, a la que por encima de todo, deberán hacer feliz.
El proceso de mediación, les enseñó a reflexionar.
Carmen Cobos, Abogada y Mediadora